dilluns, d’abril 21, 2008

LOS CONFLICTOS

En un libro de máximas tibetanas, Jack Kornfield dice: "Seguimos creando el sufrimiento; estamos en conflicto con el bien, en conflicto con el mal, en conflicto con lo que es demasiado pequeño, con lo que es demasiado grande, con lo que es demasiado corto, o demasiado largo, o falso; valientemente proseguimos el combate".
La realidad es que vivimos en conflicto permanente, tal vez porque los humanos somos esencialmente conflictivos, con nuestras dudas y temores, con nuestros afectos contradictorios de amor y odio, muchas veces mezclados y hacia una misma persona; también hacia nosotros mismos, con aceptación y rechazo simultáneos. Deseamos algo y al mismo tiempo lo tememos, queremos a alguien y al mismo tiempo lo denostamos. El corazón humano es así, está hecho de fuego y hielo a la vez y el conflicto viene dado por la misma naturaleza encontradiza del cómo somos. Es un conflicto amar y también lo es no amar; si se ama, el conflicto surge de la controversia del discurso de cada cual; si no se ama, el conflicto surge contra uno mismo. Decía Sartre que el infierno son los otros. Tal vez tenga una parte de razón, aunque yo añadiría a ello que los otros también son el cielo. De manera que este nuestro navegar por la vida supone de manera continua y permanente dilucidar un conflicto tras otro, con nosotros y con los demás. Y dilucidar quiere decir implicarse en su resolución, o intentarlo; a veces saldrá bien y otras veces mal, pero a nadie se le garantiza, al nacer en este mundo, que tendrá un viaje lleno de rosas. Habrá rosas, pero con espinas también.
Hay personas a las que el conflicto les produce una sensación de fracaso permanente, como si tuvieran la convicción de que, por el hecho de haber nacido, se les debe todo y, por lo tanto, cualquier conflicto lo interpretan como un fracaso personal. No existe tal cosa, el éxito y el fracaso forman parte de una nomenclatura socialmente establecida en una cultura determinada como la occidental. En otras culturas, lo que importa realmente es el intento de seguir navegando con lo que hay y lo que se presente.
Es por ello que en ellas se vive más al día y menos en una programación con unos resultados, previamente determinados, de una supuesta excelencia. Lo importante es estar ahí y seguir relacionándose pese a cualquier conflicto que pueda surgir en cualquier momento.
Los conflictos vienen a ser como las piedras del camino o los arbustos espinosos que hay que atravesar, como los vientos y las tormentas que nos zarandean o el frío y el calor que nos destemplan. Es lo que hay y es con lo que tenemos que viajar, el conflicto no es sinónimo del mal, sino la forma en que nos expresamos unos y otros sobre las cosas que ocurren.
Si existe la voluntad de convivencia, como sea, de cerca o de lejos, el conflicto se irá resolviendo casi por sí solo, hasta que surja uno nuevo, y así hasta el infinito.
No hay vida sin conflictos porque la misma vida ya es conflictiva. Lo que ocurre con frecuencia es que el conflicto es incómodo y pide ser contemplado, estudiado y ponderado en toda su dimensión, lo que requiere paciencia y por encima de todo ninguna arrogancia. Cuando se presenta un conflicto entre las personas, hay que descabalgar del ego y, modestamente, intentar tender los puentes de comunicación que puedan hacer posible el entendimiento. Lo mismo sucede con las sociedades y los países. La voluntad de entendimiento humano supera con creces a los enfrentamientos aunque parecería, por lo que está pasando por el mundo, que es a la inversa. La sociedad civil quiere vivir en paz y encontrar las fórmulas que permitan conseguir esa temperancia en las relaciones. Pero para ello es necesario saber diferenciar lo que es un conflicto natural de relación de un conflicto de intereses para tan sólo unos cuantos.

Remei Margarit - LA VANGUARDIA